Un hombre de 46 años falleció
el 17 de julio por la noche tras participar en un concurso de bebedores de
cerveza en Gea y Truyols, pedanía del Ayuntamiento de Murcia, “después de
ingerir una considerable cantidad de esta bebida alcohólica, según testigos
presenciales”. El evento formaba parte del programa de fiestas. El suceso “ha
hecho que las fiestas de Balsapintada (Fuente Álamo, Murcia) se haya quedado
sin su tradicional maratón de cerveza”, previsto para el día dedicado a la
juventud. Entre las actividades de esa jornada se anunciaban la “Final de
Trivial Pursuit”, “Gran Ghynkana por todo el pueblo”, “Juegos tradicionales de
Balsapintada: Suelta de Cochinillo, Gran carrera de gusanos picantes, Juegos y
pruebas sorpresa”, y “Pan con Sobrasada” a las 3 h.
-¡Pan, sobrasada y circo…!
-¡Para ti, Juventud, divino
tesoro…!
El mal gusto y el arte
tienen en común, escribió Umberto Eco, que todo el mundo sabe perfectamente lo
que son, pero nadie es capaz de definirlos. Con buena parte de las fiestas que
asaltan los pueblos y ciudades de España en verano, acordaríamos un paradigma del mal gusto, pero
nadie sería capaz de responder dos preguntas inevitables: aunque pocas personas
se reconocerían como ejemplos de mal gusto, ¿por qué son multitudinarias? ¿Multitudinarias
las convierte en fiestas populares? Cuando el programa de fiestas se transforma
en una escaleta del mal gusto, se acerca a esa cultura del entretenimiento de los mass media que atornilla en un consumismo pasivo, incluso con
ropajes propios de la vanguardia –alta cultura-, porque lo visten con disfraces
aparentemente novedosos o transgresores. Bajo el paternalismo de dar al pueblo
lo que al pueblo gusta (una manifestación de elitismo), las fiestas se
desarrollan en un gran plató en el que se incentivan “los instintos sádicos del
gran público” (Eco), nueva versión del circo romano.