El 10 de septiembre falleció
Emilio Botín-Sanz de Santuola García de los Ríos a los 79 años de edad,
presidente del Banco Santander. Con la misma edad, cuatro días después moría
Isidoro Álvarez Álvarez, presidente de El Corte Inglés.
Los medios de comunicación les
han dedicado muchas páginas y minutos durante días con ediciones especiales,
editoriales, reportajes y opiniones laudatorias de personalidades diversas. Se
les ha considerado unánimemente dignos de grandes palabras encomiásticas.
-Pues he leído a propósito de
su entierro este titular: “Botín vuelve al pueblo”.
-¡Halaaaaaaaaaa!
Contó Abc que el expresidente de la CNMV, Manuel Conthe, había afirmado
que Botín, siendo un gran hombre negocios, tenía un “escaso rigor ético” por
las cesiones de crédito (burla, en favor de sus clientes, de las normas
fiscales), el mantenimiento de Sáenz como consejero delegado tras la condena
del Tribunal Supremo y la “precipitada” regularización fiscal del dinero que
tenía en Suiza. Los Botín (Emilio, Jaime y cinco hijos) pagaron 200 millones por
los últimos cinco años no prescritos. Lo contaba, claro, para dar pie a que
otro botafumeiro quemara incienso exculpatorio: “Rozó los límites de la
legalidad, como consecuencia de su ambición para hacer buenos negocios, pero no
traspasó ese límite. Los problemas con la Justicia no fueron tan importantes
como para cuestionar su ética”.
La noticia y el reportaje no
tienen nada que ver con la oda y el himno (género lírico). Al romper ese canon
se corre el riesgo de caer en el ridículo. Por esos suelos anda el establishment
de
los media con los fallecimientos de Botín y Álvarez. Sólo les ha faltado hacer
suyas las palabras de aquel personaje de Unamuno: “También el rico tiene que
resignarse a su riqueza, y a la vida, y también el pobre tiene que tener
caridad para con el rico”.