En las fiestas populares de
Coria (Cáceres), “los toros lidiados en el recinto de la ciudad amurallada
serán abatidos de un disparo de escopeta a corta distancia”, como es
tradicional y establece el reglamento de los festejos. “En Coria el toro va en
nuestro ADN”, afirma Almudena Domingo,
teniente de alcalde. “El cazador tenía todos los permisos”, argumenta el
alcalde. “Además, no es una acción nueva, lo hacemos así desde hace años”, apostilla. La Intervención Central de Armas y
Explosivos, dependiente de la Dirección General de la Guardia Civil, considera
que “puede constituir una infracción grave” el método que se utilizó para
acabar con la vida del toro: “tras hora y media de encierro, el toro Guapetón,
en estado de agonía y agotamiento, fue abatido por un festero que le disparó
con una escopeta”.
-Tira, que nos da la charla
antifiestas…
-¡Joder, y con Fray Feijoo
entre las manos!
“¡Qué quimeras, qué
extravagancias no se conservan en los pueblos a la sombra del vano pero
ostentoso título de tradición!”, escribió fray Benito Feijoo. Advertía de que
es “ídolo del vulgo el error hereditario. Cualquiera que pretende derribarle,
incurre, sobre el odio público, la nota de sacrílego”. Talmente como si aludiera
a nuestras muy celebradas fiestas locales a pesar de que el calendario señale
el año 15 del siglo XXI, porque nada más injurioso, con todos los agravantes,
ni mayor afrenta, ni peor condena que tomarse a risa o espantarse por algunos
festejos populares. Las fiestas del pueblo de al lado resultarán
incomprensibles siempre, más sacralizadas que secularizadas, alejadas siempre
de la razón. Con toro fusilado o con muñeco de madera piropeado, no es cosa de
gente rústica o plebe supersticiosa, pues, generalizados los estudios,
convengamos con Feijoo que, con frecuencia, “el estudio no añade algunos grados
de perspicacia al entendimiento”.