El diccionario Oxford ha
elegido post-truth como palabra inglesa
del año. Se ha traducido como post-verdad
en la mayoría de los medios escritos: “La sustancia fundamental de la
‘Post-Verdad’, corrompida y corruptora, es justamente que la verdad ya no
importa” o “La comunicación ha entrado en una era que los expertos definen como
la de la ‘post verdad política’”. Según la Fundación del Español Urgente, con
ese neologismo se denomina a lo “relativo a las circunstancias en las que los
hechos objetivos influyen menos a la hora de modelar la opinión pública que los
llamamientos a la emoción y a la creencia personal”. La Ortografía académica recomienda
pos- en lugar de post-, unido el prefijo a la palabra que acompaña: posverdad.
-Pos a mí, la verdad es que me
suena a mentira, sin prefijos ni sufijos…
-Posí…
Bauman teorizó que vivimos
tiempos líquidos. Cuanto representaba la solidez de las ideas se ha licuado a
nuestro alrededor. Con el posmodernismo todo había valido en el arte o en la
política. Pudo mezclarse lo clásico con lo vulgar y lo kitsch para presentarnos una obra musical o pictórica posmoderna,
el socialismo con el neoliberalismo para un programa socialdemócrata. A la
política llegó enseguida el posposmodernismo
con el proclamado fin de la historia: se acabaron las ideologías (ya ha
triunfado una). Perdimos las referencias para distinguir entre una obra de arte
y una mamarrachada o un plagio, el socioliberalismo era el salvavidas del
socialismo en el naufragio de las ideologías y no su puntillazo, y posverdad
renombra la mentira. El diario argentino Clarín
lo ejemplifica con la portada de septiembre de The Economist sobre la campaña de Trump: “Post-truth politics: Art
of the lie” (Política posverdad: el arte de la mentira). Parafraseando al
poeta, La Verdad ya solo es un periódico de Murcia.