Durante un mitin del presidente
del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, en un teatro de Bilbao, a los
periodistas les enviaron a la segunda planta, donde se habían instalado dos televisiones
para que siguieran el acto. Ocurrió lo mismo durante la visita anterior a la
capital vizcaína. Ninguno de los líderes políticos que participan en la campaña
de las elecciones al Parlamento vasco ha recurrido al televisor para
presentarse ante la prensa. En 2013 tras el escándalo de los conocidos como
“papeles de Bárcenas”, convocó una rueda de prensa en la sede del PP, del que
es presidente, para negar que hubiera recibido dinero negro. La prensa lo vio
por la tele. En 2014 el motivo de la convocatoria fue la reforma fiscal,
también en la sede del partido, también lo vieron por plasma.
-Los
periodistas se quedarían plasmaos…
-Bueno,
no creas…
El señor Kraus sabía “que en
los tiempos que corrían (¿hacia atrás?, ¿hacia el costado?) la única forma
objetiva de comentar la política era la sátira”. Leemos sus crónicas en El barrio. Allí convive, entre otros,
con Valéry, Brecht y Calvino gracias a Gonçalo M. Tavares. Las crónicas se
transforman en diálogos ejemplares de la antipolítica universal,
transcripciones del despacho más peligroso, aquel en el que se mezclan ridículo
y poder. “Todo lo que no cabe dentro de la televisión –decía el Jefe- no
pertenece al país. Está fuera de nuestro territorio”. La realidad limitada en
pulgadas. En este mundo de pantallas la complejidad social se simplifica a lo
que cabe en ellas. Cuanto las desborda se funde en negro cotidianamente. Si un
día desde las calles y desde las urnas se alzaran las voces y los votos,
parafraseando a El Roto, el Jefe y sus Auxiliares exclamarían: “Resulta que las
pantallas no eran la realidad. ¡Qué decepción!”.