El portavoz del grupo
parlamentario Unidos Podemos, Pablo Iglesias, preguntó en una de las sesiones
de control si el Gobierno había cuantificado el coste de la corrupción para
todos los españoles. Como en la respuesta el presidente del Gobierno y del PP no
diera cifra alguna, Iglesias enumeró en la réplica los casos que involucran al
PP y las cantidades que aparecen en las respectivas instrucciones. El diario Público informaba de que globalmente “la
corrupción cuesta a los españoles 87.000 millones de euros al año, según un
informe conjunto de varias universidades y la Comisión Nacional de los Mercados
y la Competencia (CNMC) fechado en 2016”. Rajoy cerró el debate sin dar una
cifra, es decir, sin responder la pregunta. Acabó, sí, hablando de Venezuela.
-¡Viva Venezuela!
-¡Viva!
Uno de los divertimentos juveniles
de Lorca y sus amigos de la Residencia de Estudiantes fueron los anaglifos. Se componían de cuatro
sustantivos; el primero se repetía, el tercero había de ser “la gallina” y el
cuarto no debía tener relación con el primero. En esto último, según Alberti,
radicaba “la dificultad y la gracia”. Un ejemplo: “El búho, / el búho, / la
gallina, / y el Pancreator”. El juego acabó en epidemia y la reiteración pudrió
los ingenios y aburrió. Con las preguntas incómodas, Mariano Rajoy sigue el
esquema del anaglifo: repite el
mensaje de publicista que toque esa semana, sin relación necesariamente con lo
preguntado, y concluye como le parece. Quizá tuvo gracia alguna vez su muchachil
habilidad para disociar pregunta y respuesta (se adquiere desde edad muy
temprana y alcanza la filigrana en la adolescencia). Entre adultos se considera
una falta de respeto a quien pregunta. Las repuestas disociadas del presidente
del Gobierno en el Parlamento desconsideran la institución, y por repetidas la
corrompen. ¿Y Venezuela? ¡La gallina!