domingo, 3 de julio de 2011

Leído a Ricardo Piglia

Los estudiantes del seminario me regalan como recuerdo un Kindle. Para que actualice su modo de leer, profesor, ironizan. Me incluyen las obras completas de Rosa Luxemburgo y de Henry James. Paso varias horas estudiando las posibilidades múltiples del aparato digital. Una máquina de leer más dinámica que un libro (y más fría).

¿Leemos igual a pesar de los cambios? ¿Qué es lo que persiste en esta práctica de larguísima duración? Tiendo a pensar que el modo de leer no ha variado, más allá de los cambios en el soporte -papiro, rollo, libro, pantalla-, de la posición del cuerpo, de los sistemas de iluminación y de los cambios en la diagramación de los textos. Leer ha sido siempre pasar de un signo a otro. Ese movimiento, como la respiración, no ha variado. Leemos a la misma velocidad que en los tiempos de Aristóteles.

Cuando se dice que una imagen vale más que mil palabras se quiere decir que la imagen llega más rápido, la captación es instantánea, mientras que leer un texto de mil palabras, cualquiera que sea, requiere de otro tiempo, una pausa.

El lenguaje tiene su propia temporalidad; más bien, es el lenguaje el que define nuestra experiencia de la temporalidad, no sólo porque la tematiza y la encarna en la conjugación de los verbos, sino porque impone su propio tiempo. Para estar a la altura de la velocidad de circulación de las nuevas tecnologías habría que abandonar las palabras y pasar a un lenguaje inventado, hecho de números y notaciones matemáticas. Entonces sí quizá estaríamos a la altura de las máquinas rápidas. Pero es imposible sustituir el lenguaje, todo esperanto es cómico. El sistema de abreviaciones taquigráficas del twitter y de los mensajes de texto acelera la escritura pero no el tiempo de lectura; se deben reponer las letras que faltan -y reconstruir una desolada sintaxis- para comprender el sentido.
Ricardo Piglia. Notas en un diario. El País, 18 de junio de 2011.


No hay comentarios:

Publicar un comentario