Adolfo Suárez Illana declaró sobre el aborto que había que
preguntar a las mujeres si preferían un hijo vivo o muerto, que en Nueva York
se permitía el aborto después del nacimiento y que los neandertales ya hacían
lo mismo. Rectificó el caso de Nueva York después de consultar, atención, con
un despacho de abogados de la ciudad. El Diccionario
de la lengua española le hubiera ahorrado esa molestia. Abortar:
Interrumpir de forma natural o provocada, el desarrollo del feto durante el
embarazo. Infanticidio: Acción de dar muerte a un niño de corta edad. Suárez se
presenta por Madrid en el segundo puesto de la lista del PP. Su mentor, Pablo
Casado, el estudiante veloz aunque ausente, se refirió a la ley del aborto del
Gobierno de Zapatero como de “barra libre”.
-¡Ay mi madre!
-¡Ay mi tía!
Miguel Gila conseguía la
sorpresa del humor en contextos insólitos: un fusilamiento, la guerra, o una
broma brutal (“Y broma buena la que le gastamos al boticario, que en paz
descanse desde entonces”). Iluminó el humor negro sin perder sus sombras
mordaces. En sus personajes mezclaba inocencia y mala leche con causa. Se llama
brutalismo a un estilo arquitectónico cuyo nombre no engaña. Inédito el término
en la política, se podría aplicar a esta corriente deslenguada y grosera que ha
encontrado en Washington a su duce
redivivo y en Europa a fervorosos seguidores. Gila transformaba una realidad
brutal en humor. El brutalismo político transforma la realidad en brutal. Tan
hiperbólico y autocomplaciente con su tosquedad y simpleza nos causa esa
congoja de no saber si reír o llorar. A la esposa del boticario, cuando se
enfadó por la broma, le dijeron: “Si no sabe aguantar una broma, márchese del
pueblo”. Eso o impedimos que nos
gobiernen los mozos del pueblo de Gila.
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